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Luego, ve qué en qué andan los traductores más tuiteros no solo para ver qué puede haber de nuevo en la profesión, sino también para encontrar su situación reflejada en algún tuit y sentirse menos sola. Aprovecha el recreo para revisar sus blogs de traducción preferidos y hasta crea su propio blog.



Ya es mediodía. Logró asesinar la mitad de la jornada sin darse la cabeza contra las paredes. Bien.



Una agencia le ha contestado. Ofrecen tarifas bastante razonables y le mandan una prueba de traducción. Ya está bastante cansada de estas pruebas, pero mira el lado positivo: le gustan los desafíos y esta puede ser una buena oportunidad para optimizar su glosario.



La hace, la envía y se pone al día con todos los mails que no había tenido tiempo de contestar. Siempre está la amiga que se quiere ir de vacaciones a París, pero no entiende los términos y condiciones del hotel; el amigo que tiene que hacer un trámite, pero no sabe cómo funciona el Ministerio del Interior; la tía que recibió una cadena en inglés, pero no entiende los chistes; el conocido que escribió un ensayo para la clase de inglés, pero quiere que lo veas bien por arribita por las dudas… Sí, ¿por qué no? Después de todo, parece que cuando una no es traductora, es agente de viajes, gestora, correctora de estilo, docente y hasta comediante. Todas las profesiones del planeta menos la propia.



 

La traductora freelance que pretende ser organizada se levanta temprano, se prepara un café negro, lee las noticias y, rebosante de ansiedad, abre su buzón de entrada para ver qué le habrá asignado su gestora de proyectos para los próximos días. Mientras, la taza de café humeante se va vaciando de café y ella se va llenando de expectativas laborales.



Sin embargo, la ley de Murphy volvería a hacer de las suyas: la bandeja de entrada está tristemente vacía. La traductora se queda perpleja. Luego de tres semanas de largas horas de trabajo, ahora se encuentra frente a un lunes tan odioso como ocioso.



Actualizar página.

Actualizar página.



Actualizar página.

Actualiza la bandeja de entrada unas ochenta mil veces por segundo, hasta que un familiar ve a una maniática, obsesivo-compulsiva y, encima, histérica fulminando al monitor con la mirada y martillando el mouse con el dedo índice y le llama la atención, aunque con cautela, ya que no quiere ser mordido por una traductora rabiosa.

Esta se limita a mirarlo por el rabillo del ojo y sigue revisando el correo no deseado, sus cuentas alternativas, las redes sociales. Nada. Entonces se maldice a sí misma por no haber elegido una vida normal, con horarios de oficina, dinero, lujo y confort.

Resignada, decide sacar el mejor provecho de la situación y se dedica a todas las actividades que hace siempre que se presentan situaciones de este tipo. Actualiza su currículo, su perfil de LinkedIn, de ProZ, de Translation Directory, de Translators Café, de Freelancer… En LinkedIn, busca grupos que podrían interesarle y donde suelen publicarse ofertas de trabajo.



Además, busca bases de datos de agencias de traducción con las cuales puede contactarse. Acto seguido, explota dicho recurso al máximo con la ayuda de las redes sociales. Entra a la página de twitter de alguna de dichas agencias y, a través de las sugerencias que esta red le va haciendo, se encuentra con una infinidad de otras agencias. Entra a sus páginas y llena todo formulario que se cruce en su camino.

Ya es de noche y, mientras contesta la cascada de mails que tiene acumulados, le llega uno de su gestora de proyectos. ¿Por qué tendré que trabajar para una agencia japonesa y vivir en Uruguay? ¡Desfasaje horario, te odio! 5000 palabras para dentro de 36 horas. Lo acepta, se sirve un buen café y se prepara para pasar la noche en vela. Total, al otro día puede dormir hasta el mediodía. Se sonríe a sí misma, pero también al monitor.

Qué suerte que no quise una vida normal ni horarios de oficina.

El día “libre” de la traductora freelance

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